Lunes, 12 de Mayo de 2025
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Efemérides
A 51 años del asesinato del padre Mugica

El 11 de mayo de 1974 moría asesinado en Buenos Aires el Padre Carlos Mugica. Él tenía 43 años. De joven lo conocí y tras su muerte publiqué un artículo señalando de donde provino la autoría del crimen. Para mi generación, los cincuentenarios de los años 70 son la última oportunidad de volver sobre hechos y protagonistas del período. En mayo pasado, no pude ultimar a tiempo este texto sobre el sacerdote. Por eso lo presento ahora, a 51 años de su muerte.

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Domingo, 11 de mayo de 2025

Yo escribo sin temor a las conclusiones. Percibo una corriente indefinida de intérpretes superficiales de los acontecimientos políticos de los años 60 y 70 del siglo pasado, conducente a una versión rosada, diluida, atenuada, conformista, de la historia del peronismo, sus componentes sociales, contradicciones y protagonistas. Sobre tal elusión, han intentado colar sus mentiras los actuales defensores del terrorismo de Estado, auxiliándose para el caso de Mugica de una primera mentira que se profirió inmediatamente después del crimen. Mentira exitosa. Aún quedan creyentes en la autoría de Montoneros.

El crimen

El crimen ocurrió el sábado 11/5/74 pasadas las 20 horas en la puerta de la parroquia porteña de San Francisco Solano. Amén de párroco en la Villa 31 de Retiro, Mujica era vicario en la iglesia de Villa Luro y salía de dar misa. La impunidad resultó mayúscula. Quien disparó con una ametralladora sobre el sacerdote y su amigo Ricardo Capelli, fue visto rato antes asistiendo a la ceremonia. El cura lo conocía porque en 1973 había colaborado unos meses en el Ministerio de Bienestar Social con José López Rega y allí el sujeto encabezaba la custodia del ministro.

Mugica llegó gravísimo pero conciente al cercano Hospital Salaberry. Exigió al cirujano que Capelli fuese operado primero porque tenía mas posibilidades de sobrevivencia. Y así ocurrió. El amigo salvó la vida y Mugica murió. El Dr Marcelo Larcade contó que los partes de internación que él confeccionó desaparecieron del hospital y que ninguna autoridad judicial lo citó a declarar.

A los tres días, Capelli, aún en terapia, fue visitado por Jorge Conti, el vocero del MBS, quien ofreció al herido la protección del ministro López Rega. Capelli ya sabía la procedencia del sujeto que les había disparado y aunque nada dijo a Conti, comprendió que la visita era una amenaza. La Iglesia Católica supo desde el primer día quienes fueron los autores del crimen, pero calló.

Meses antes, en febrero de aquel año 74, habían comenzado a circular por las redacciones de prensa libelos anónímos amenazantes con los nombres de personalidades del campo popular y la izquierda, las famosas listas de López Rega. Trascendían sin que nadie las desmintiera. En una figuraban, entre otros, Carlos Mujica y los líderes sindicales Raimundo Ongaro y Agustín Tosco.

Emergía una organización terrorista que se articulaba en la trastienda del gobierno en torno a López Rega y al Comisario Alberto Villar, famoso represor paradigma del gorila exonerado por Cámpora en mayo de 1973, reincorporado al servicio activo por el presidente interino Lastiri en setiembre con el cargo de Director de Coordinación Federal -la odiada policía política-, y designado Jefe de la Policía Federal el 10 de abril de 1974 por el Presidente Perón y su Ministro del Interior Benito Llambí

La Alianza Anticomunista Argentina -que no era tal, sino un apéndice del Estado nacional superpuesto al MBS y la Federal cuyos jefes soslayaban, por ahora, difundir su nombre- lejos de asumir la autoría, hizo lo contrario. Su virtual órgano de prensa, el semanario El caudillo, dirigido por Felipe Romeo, con el concurso de personajes como Julio Yessi, ex integrante de la ultraderechista CNU y cabecilla de una pretendida juventud peronista de la república argentina -la jotaperra– acusó en su portada a Montoneros de haber dado muerte al sacerdote.

La agencia oficial Telam replicó el contenido pero guardó las formas. Atribuyó el crimen a grupos responsables de lo que llamó una campaña de terror contra las instituciones, indicando que inicialmente había afectado al sindicalismo y a las Fuerzas Armadas.

La organización Montoneros, que desde el 25 de mayo de 1973 disponía, al igual que otros núcleos revolucionarios, de una legalidad conquistada, emitió una declaración negando toda relación con el crimen. Y Mario Firmenich, su principal dirigente, publicó tres notas sucesivas en el diario Noticias, vocero de la Tendencia, asegurando lo mismo y apelando a su conocimiento personal de años con Mugica.

En los años 70 yo dirigía el periódico En Lucha, que se publicaba como órgano del MR17, organización representativa de la corriente del peronismo revolucionario fundada por Gustavo Rearte, el gran dirigente prematuramente fallecido. Esto dijimos en mayo de 1974:

En Lucha sale a la calle cuando el asesinato del Padre Carlos Mujica ya ha dado lugar a un debate público que los lectores seguramente conocen. En consecuencia, no volcaremos aquí los argumentos que hacen indiscutible de donde provino la inspiración del crimen. (…) los responsables hay que buscarlos entre las bandas fascistas que desde el 20 de junio (de 1973) operan en nuestro país descaradamente y en gran escala.

Esta no es una salvajada más. Ha querido operar a modo de provocación contra las fuerzas populares, fomentando el divisionismo y la sospecha. Se trata de un evidente intento de promover la discordia en el campo del pueblo y aislar a los revolucionarios para intentar luego su liquidación física en gran escala.

El Padre Mujica tenía al momento de ser asesinado, una posición política particularmente errónea, que estaba lejos de favorecer el desarrollo de las fuerzas populares, aunque no fuera esa su intención. (…)

Pero no les podemos atribuir a los asesinos la estupidez de los reaccionarios que ven fantasmas por todos lados. En cambio, este acto bárbaro, por su diabólica intención, por la persona elegida transformada en mero objeto de una provocación que trasunta un absoluto desprecio por la vida humana, por el cinismo enfermizo que implica prueba hasta donde están dispuestos a llegar los enemigos jurados de la causa del pueblo.



La emotiva carta de los Curas en la Opción por los Pobres al Padre Mugica – Radio Gráfica



Los curas tercermundistas

Entre los cuatrocientos curas católicos de Argentina quienes en 1968 proclamaron el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo –puntal junto a la CGT de los Argentinos y el movimiento estudiantil, en la lucha contra la dictadura del también católico Onganía- el porteño Carlos Mugica fue el mas popular. Hasta Perón visitó su parroquia Cristo Obrero en la Villa 31 de Retiro, cuando el exiliado expresidente pudo regresar al país, aún proscripto, en noviembre de 1972,

Héctor Cámpora, el candidato presidencial del peronismo, ofreció al sacerdote encabezar la lista de diputados nacionales por la Capital Federa para las elecciones generales de marzo de 1973. El hombre no aceptó porque el arzobispo Aramburu prohibió a los curas aceptar candidaturas y porque el MSTM tampoco acordó. Parte de los tercermundistas se mostraban cautelosos frente al entusiasmo de Mugica con Perón. Él había viajado en el vuelo charter del primer regreso.

Reducir el MSTM a un grupo de curas villeros justamente apiadados por la pobreza extrema supondría un grosero reduccionismo. El MSTM denunciaba el sistema injusto que oprimía a la sociedad y lo combatía. Promovía un cambio de estructuras, no un cambio de gobierno. Y lo identificaba con un socialismo de raíz cristiana. Sus miembros se consideraban pastores del pueblo de Dios y por esa razón actuaban en su seno, no solo en villas, también trabajando como obreros, concientizando y promoviendo sus reivindicaciones. Además, los curas no eran santos, eran hombres. El movimiento discutía internamente la cuestión del celibato.

En el peronismo revolucionario la muerte de Mugica causó gran dolor. Para muchos de nosotros era un querido compañero. Bajo la dictadura previa -cabe reiterar que hubo varias antes de Videla- Mugica salió en defensa de cualquier militante que cayera preso, torturado y ni hablar si muerto. Fue muy valiente frente a los cuerpos de sus discípulos Ramus y Abal Medina, el 10 de setiembre de 1970 en la parroquia San Francisco Solano del barrio porteño Villa Luro. Los jóvenes estaban acusados por la ejecución del exdictador Aramburu, responsable a su vez del fusilamiento de 28 militares y civiles peronistas en junio de 1956 y de la desaparición del cadáver de Evita.

“No puedo sino pronunciar unas palabras de despedida para quienes fueron mis hermanos Carlos Gustavo y Fernando Luis, que eligieron el camino más duro y difícil por la causa de la dignidad del hombre. No podemos seguir con indefinición y con miedo, sin comprometernos.”

En las ceremonias fúnebres también participaron los sacerdotes Jorge Vernazza, Rodolfo Ricciardelli y Hernán Benítez, el confesor de Evita, un precursor de los curas del Tercer Mundo. El obispo los sancionó por apología de la violencia, aunque no tanto: treinta días sin decir misa.

El 25 de mayo de 1973, cuando el peronismo recuperó el gobierno, Mujica aceptó un cargo ad honorem para el tema villas de emergencia en el Ministerio de Bienestar Social, donde a instancias de Perón, el Presidente Cámpora había nombrado ministro a José López Rega. El sacerdote duró 90 días en su cargo. Renunció a fines de agosto. Ël defendía la autoconstrucción de viviendas -había muchos albañiles villeros- y el otro construir mediante empresas privadas

Mugica tenía otra preocupación. Las condiciones para el empleo de la violencia como arma política. En lo personal, él rechazaba emplearla; lo consideraba incompatible con su condición sacerdotal. Pero no era un pacifista. Justificó a quienes la emplearon para combatir a la dictadura militar sin plazo instaurada en 1966, dictadura cuya tipicidad acaso encajara en la alambicada redacción del punto Revolución de la encíclica Populorum Progressio. El documento del Papa Pablo VI justificaba, en casos extremos, el recurso a la violencia para resistir la tiranía.

En América Latina era famoso el caso del sacerdote y sociólogo colombiano Camilo Torres, convertido en guerrillero y muerto en combate en su país en 1965. Aquí, el joven cura Gerardo María Ferrari murió en 1970 como combatiente de las Fuerzas Armadas Peronistas, las FAP.



A fines de mayo de 1973 la dictadura que había combatido Ferrari estaba derrotada. Y establecido un gobierno constitucional cuyo presidente -Cámpora- montado en una gran movilización popular indultó y liberó en menos de 24 horas a todos los presos políticos, incluidos los guerrilleros. Lo siguió el Congreso Nacional, que sancionó en tan solo cinco días, con apenas un voto en contra en Diputados y unanimidad del Senado, una ley de amnistía muy amplia en aras de la pacificación nacional. El texto amparaba cualquier delito cometido por los guerrilleros y también cubría delitos cometidos por militares, como la sedición.

Si la ley pudo interpretarse exculpatoria de delitos como la Masacre de Trelew, desapariciones forzadas o tormentos seguidos de muerte -que todo eso ya había cometido la dictadura derrotada- solo se podría comprobar en el hipotético caso de que algún acusado de tales hechos se presentara ante un juez y lo pidiera.

Lo principal de la amnistía era otra cosa. Aquello que el texto reconocía de hecho, la legitimidad del empleo de la violencia como un recurso de resistencia frente a una dictadura militar. Que en realidad fueron tres. Habían derrocado a Perón, a Frondizi y a Illia. ¿Que mas?

“Acá en la Argentina si no hubiera habido insurrección armada todavía lo tendríamos a Lanusse en el gobierno, esa es la realidad” – dirá Mugica.

“Con los no violentos seguiríamos con Lanusse. Acá la que precipitó el proceso fue la guerrilla. Creo que toda persona que tenga dos dedos de frente lo advierte. Ni los curas del Tercer Mundo, ni la CGT. Que todos esos factores también contribuyeron, sí, pero el detonante fue la guerrilla”


Domingo, 11 de mayo de 2025

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