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“El Eternauta”: la nevada llegó y la serie está a la altura del mito

La adaptación de Bruno Stagnaro con Ricardo Darín como protagonista convierte en cine la ecuación imposible de la gran historieta argentina: respeta la esencia de Oesterheld y retrata el apocalipsis en un presente donde lo imposible ya es una realidad.

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Viernes, 2 de mayo de 2025
Por: Diego Lerer

@dlerer
“¿Será posible?» La pregunta con la que concluye la novela gráfica El Eternauta bien podría extrapolarse a la hora de adaptarla a un formato audiovisual. ¿Será posible hacer de la clásica obra de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López una película o una serie que logre capturar su ambición narrativa, su profundidad filosófica, sus dilemas éticos y su complejidad tecnológica? Ese «será posible» viene retumbando en la hoy tan castigada industria audiovisual argentina desde hace ya varias décadas, con diversos proyectos, autores, formatos y productoras enfrentándose a un desafío que parecía inmanejable y siendo derrotados en el camino. Un poco a la manera de los personajes de la trama, había que ponerle el cuerpo al monstruo, enfrentar a la bestia, domar al dragón. Y hoy, a casi 70 años desde que Oesterheld empezó a publicar sus tres paginitas semanales en Hora Cero, finalmente El Eternauta está acá. Y se parece mucho a lo que todos alguna vez soñamos ver.

Ya de entrada uno se da cuenta que fue posible, que el ambicioso universo imaginado por el autor cobra vida en la pantalla. La escena inicial no está en la historieta pero tiene su impronta: tres chicas hablan en un velero, en medio del río. En el fondo, las luces de la ciudad de Buenos Aires se apagan súbitamente, como si la noche se la hubiese tragado. Y el frío corre por la espalda. No ha llegado siquiera a empezar El Eternauta y el primer problema está resuelto: el dibujo se trasladó a la pantalla, la historia está viva, respira, se mueve. Esa suerte de raro milagro que precisa una adaptación para no convertirse en un peso muerto se produjo. Y cada escena posterior confirmará el concepto: es una serie que respira verdad, humanidad, tensión, suspenso y que no deja que la ambición épica se lleve puesta su alma, su corazón. Los cambios pueden ser muchos, pero la esencia está ahí.

Adaptar es alterar y modificar, no traicionar. Y el éxito de la serie pasa por haber entendido el núcleo duro de la historia y saber que se pueden mover escenas, cambiar personajes, agregar cosas y sacar otras sin que se modifique conceptualmente el corazón de la obra ni su carga dramática. Lo esencial, esa lucha iniciada por un grupo de hombres comunes atrapados por una nevada mortal dentro de una casa de la zona norte del Gran Buenos Aires que se deciden a salir y enfrentarse a lo que sea que esté sucediendo afuera, se mantiene. Y algunos cambios –los ligados a la edad de los personajes y a las circunstancias específicas que eso conlleva– no solo le agregan un peso histórico sino que complementan y complejizan el punto de partida original. Que no lo haya imaginado HGO no lo invalida: la historieta es la Biblia desde la que se parte y el fundamentalismo no le sirve a nadie.

Los próximos párrafos tendrán algunos SPOILERS de los primeros dos episodios
Juan Salvo (Ricardo Darín) y sus amigos Favalli (César Troncoso), Lucas (Marcelo Subiotto) y Polsky (Claudio Martínez Bel) se juntan a jugar al truco, como todos los viernes, en la casa de Favalli, en la zona de Olivos. Allí se suma un familiar de Polsky, un tal Omar (Ariel Staltari) y también está Ana (Andrea Pietra), la mujer de Favalli. Mientras ellos juegan en el subsuelo, bromean y toman whisky, el caos se desata: se corta la luz y, en pleno verano, comienza a nevar. Pronto los protagonistas descubren que la nieve es peligrosa: gente muere súbitamente en la calle, los autos chocan y nada parece funcionar. Deciden tapiar las ventanas y atrincherarse. Pero no será suficiente. Distintas urgencias los conminan a salir. Polsky no toma recaudos, se apresura y cae tras dar solo unos pasos en la calle. Juan Salvo quiere hacer lo mismo: él supone que su hija Clara (Mora Fisz) está con su ex esposa Elena (Carla Peterson) y siente que tiene que ir a buscarla. Pero deberá resguardarse de la nieve para hacerlo.


Ese es tan solo el comienzo, el punto de partida, el primero de los seis episodios de EL ETERNAUTA, serie que estrena Netflix en una primera temporada que cubre menos de la mitad de la historia original. Los puristas notarán los cambios: la casa es de otra persona, las composiciones familiares son distintas, la época es la actual y las edades de los protagonistas son diferentes también. Nada de eso es importante. Al contrario, en función del recorrido de los personajes en el resto de la serie, los cambios suenan más que adecuados. Hay dos alteraciones que son especialmente bienvenidas. Una tiene que ver con el objetivo del protagonista: aquí Salvo sale a la calle a buscar a su hija adolescente, que en la historieta es una niña que casi no abandona su casa y cuyo rol, como el de Elena, es allí un tanto decorativo. Y su separación le otorga un eje diferente a su epopeya: ya no implica regresar a ese hogar impoluto de los ’50 sino a tratar de reconfigurar uno hoy.

La otra diferencia pasa por la edad. Juan Salvo supera los 60 años y a lo largo de su epopeya tendrá confusos y paralizantes flashbacks que, pronto dilucidaremos, pertenecen a la Guerra de Malvinas, por la que él pasó y en la que vivió aparentemente traumáticas experiencias. Ese background no solo le agrega a Salvo un miedo a superar sino que justifica su manejo de las armas y su conflictiva relación con la nieve, un fenómeno que es muy inusual en Buenos Aires. La edad de los personajes servirá, metafóricamente hablando, para reforzar otro concepto agregado aquí: la idea de que «lo viejo sirve», ya que las tecnologías mecánicas tradicionales no han sido afectadas por el misterioso ataque iniciado con la nevada. Los protagonistas, a su modo, son también eso. Y la experiencia les da, en parte, su cuota de sabiduría.

Favalli, hábil para resolver problemas prácticos y electrónicos, es el que va encontrando soluciones: la máscara, la ropa, los enigmas electromagnéticos. Pero es a la vez el que más rápidamente ingresa en otro terreno filoso de la historia: el del tipo combativo y desconfiado que se preparó hasta los dientes para el fin del mundo, el que ve «muchas series apocalípticas» y prefiere espantar a los otros ya que supone que vienen con malas intenciones, incluyendo a vecinos suyos que «conoce de toda la vida». Salvo es más ambiguo al respecto, fluctúa entre ambos polos. Y cuando salga a la calle a lidiar con la nieve, con los otros sobrevivientes y, ya en el edificio en el que vive Elena, con literales vecinos en guerra, deberá encontrar el modo de lidiar con esa ambigüedad. «Nadie se salva solo» dice el slogan de la serie, pero esa es una búsqueda que se irá desarrollando a largo plazo. De entrada, casi todos parecen enemigos. Aún cuando no lo sean.


Ese conflicto urbano se irá expandiendo con el correr de los episodios en una serie de secuencias que tienen lugar en distintos establecimientos (el edificio citado, una farmacia, una iglesia, un shopping y así) que tampoco están en el texto de HGO y que apuntan a expandir la idea del colapso social que esta situación, tan similar en más de un sentido a la pandemia, a una guerra mundial o una crisis climática, genera. Los lazos solidarios aparecen, al igual que los egoísmos y miserias, tanto fuera de la casa como dentro de ella: Ana y Elena son las voces más humanistas del grupo, mientras que Juan, Favalli y Omar viven en un constante estado de tensión. Y todo ese clima de guerra interna que era menos aparente en el texto de los ’50, hoy –a partir de la impronta en extremo individualista de esta época– se hace más relevante.

No es que los años en los que Oesterheld escribió El Eternauta fueran idílicos: la Segunda Guerra Mundial había terminado hacía poco, la guerra fría se expandía por el mundo e incluía cada vez más peligrosos ensayos nucleares y, en un terreno más local, los bombardeos a Plaza de Mayo sucedieron tan solo dos años antes de su publicación, el peronismo estaba proscripto y los fusilamientos de José León Suárez habían sido solo unos meses atrás. Pero si bien esa desconfianza social estaba establecida, en la historieta cobrará forma recién con la aparición de la llegada de los «hombres-robot». En la serie ya es algo previo e instalado: un tejido social roto, fracturado, que involucra tanto a un niño (el mítico «Pablo», cuyas características cambian aquí) como a vecinos de un edificio y, en más de un sentido, también a los protagonistas.

ATENCION: hay algunos SPOILERS hasta el cuarto episodio
A la adaptación se le planteaba siempre un desafío en apariencia más complejo que el narrativo: el más puro y duro de la ciencia ficción tecnológica. El Eternauta no es una simple y clásica narración de supervivencia post-apocalíptica tipo La carretera, de Cormac McCarthy sino una invasión extraterrestre hecha y derecha, a lo Guerra de los mundos, con criaturas gigantescas, enfrentamientos de tipo bélico y un sostenido enigma acerca de las formas y los motivos por los que esa invasión se lleva a cabo. Y en la segunda mitad de la temporada la serie incorporará ese elemento tan central a la historieta original pero tan ajeno a una producción audiovisual argentina que casi no tiene antecedentes en el género. Si bien es cierto que los mayores desafíos fueron trasladados a la segunda temporada, la serie presenta a los primeros enemigos más concretos de esta historia: ya no es la nevada ni los nerviosos vecinos sino los «bichos», esos gigantescos y violentos cascarudos que funcionan como comprobación empírica de que lo que sucede no es un asunto humano o una guerra mundial tecnológica: hay una invasión extraterrestre.

Ya verán cómo eso se da y de qué manera se integra a la trama. Lo cierto es que el desafío puramente técnico de llevarlo a la pantalla está superado con creces. A la vez, Bruno Stagnaro y equipo decidieron dejarlo en un relativo segundo plano. Y es una inteligente elección. Transformar El Eternauta en una serie de combates callejeros entre criaturas y humanos podría ser técnicamente desafiante pero a la vez correría el riesgo de volverse previsible y reiterativo, como casi cualquier película y serie de Hollywood que circula en salas y plataformas. Si algo caracteriza a la obra de Oesterheld es su decisión de «localizar» su trama haciendo referencias a calles, publicidades, marcas y bromas típicamente porteñas –algunas siguen iguales que entonces, otras han cambiado– y la serie prefiere ser fiel a esa versión de a pie y cotidiana de ese gran trama.

“El Eternauta”: la nevada llegó y la serie está a la altura del mito
Eso no quiere decir que El Eternauta no sea una obra de ciencia ficción canónica. Lo que la historieta y la serie han hecho es encontrar la manera de integrar ese relato de aventuras clásico a una búsqueda un tanto más profunda, una que incorpore el pasado reciente argentino y las particulares características de sus habitantes. Hay algo de ese «lo atamo’ con alambre’» con el que se manejan Salvo, Favalli y compañía que es casi una marca identitaria: la de un país lleno de personas acostumbradas a arreglárselas por su cuenta en tiempos de crisis, hombres comunes que se vuelven heroicos por su ingenio y su capacidad de resolución práctica a cosas en apariencia muy complejas. De todas maneras, para los que esperan un arribo masivo de criaturas extraterrestres (los que leyeron la obra saben a que me refiero), con sus respectivos combates y enfrentamientos icónicos, al menos de acuerdo a la cronología del cómic tendrán que esperar hasta la siguiente –y entiendo que última– temporada.

Pero el desafío técnico de El Eternauta no pasaba solo por hacer «cascarudos» o los otros temibles personajes que en algún momento aparecerán en pantalla sino que es visible en casi todos sus planos: las abandonadas y nevadas calles de la zona norte del Gran Buenos Aires (Olivos, Florida, Vicente López) y algunos barrios (Saavedra, Belgrano) de la ciudad, llenas de cadáveres, autos dados vuelta y colectivos destrozados, edificios destruidos y enigmáticos cielos llenos de indescifrables movimientos y colores, entre los miles de detalles que integran los casi dos mil planos de efectos especiales esparcidos a lo largo de los episodios. Y si bien en lo esencial es una historia humana de supervivencia, resiliencia y rebeldía, sin un contexto plausible que vuelva creíble el universo en el que los personajes viven, poco y nada de todo esto funcionaría ni tendría efecto emocional.

A diferencia de la novela gráfica, la serie no abre con la escena que involucra el mismísimo concepto del viaje en el tiempo del que habla, ya desde su título, El Eternauta. Aquí, la llegada de ese tema se va presentando progresiva y sigilosamente dentro de la trama, incorporándose en la historia de maneras que no son del todo reconocibles pero que van dando, de a poco, cabida a un aspecto que es fundamental a la historia, más desde lo conceptual que desde lo específicamente narrativo. Uno podría decir que la serie va insertando de a poco los conceptos más fantásticos de la trama, partiendo desde lo cotidiano y avanzando hacia dos ejes que son más propios de la ciencia ficción, ligados a otras comprensiones y manejos del tiempo y del espacio. La idea de dejar ese aspecto de la historia en esa zona de misterio funciona con el mismo sistema de capas que tiene el resto de la narración: el espectador se conecta desde el realismo y, cuando se quiere dar cuenta, ya está metido de lleno en el territorio de lo fantástico.

La serie tiene sus problemas –mi impresión es que el Episodio 2 y el 5 se demoran en exceso en un par de situaciones específicas y que la evolución geográfico/narrativa tiene algunos rodeos un tanto inconducentes–, pero no son otra cosa que algunos pequeños inconvenientes dentro de lo que es un monstruoso operativo de producción que jamás se llevó puesto el núcleo humano de la historia. Se trata de una serie impactante y visualmente espectacular que siempre deja en claro que tiene un autor por detrás, alguien que ha propuesto entregar una lectura personal del texto de Oesterheld. El Eternauta es tan fiel a la esencia de la historieta como a la propia filmografía de Stagnaro, algo que puede notarse si uno recuerda o repasa Pizza, birra, faso; Okupas; Un gallo para Esculapio o hasta su corto Guarisove. La camaradería entre sus protagonistas y hasta los conflictos que tienen entre ellos revelan una mirada sobre el texto que está siempre al nivel de la calle, de la gente, de las personas comunes que un día se topan con que el mundo que conocían ya no existe más. Y que es posible que eso que llaman futuro sea tan solo una ilusión creada por algún viajero en el tiempo.

El Eternauta
Basada en la novela gráfica El Eternauta, de Héctor Oesterheld y Francisco Solano López. Dirección: Bruno Stagnaro. Guion: Bruno Stagnaro y Ariel Staltari. Elenco: Ricardo Darín, Carla Peterson, César Troncoso, Andrea Pietra, Ariel Staltari y Marcelo Subiotto. Disponible en Netflix.

*Crítica publicada originalmente en Micropsia.


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