Sábado, 18 de Octubre de 2025
18/10/2025 19:49:26
Un incendiario ritual rockero
Guns N'Roses en Huracán: mucha experiencia

En un Tomás A. Ducó repleto y eufórico, la banda de Axl Rose y Slash descerrajó un concierto de casi cuatro horas que recorrió todo el espectro de un género inoxidable.

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Sábado, 18 de octubre de 2025

Al terminar la primera terna de canciones, Axl Rose, vocalista de Guns N’ Roses, tomó el micrófono no para saludar a esa marea humana en la que se convirtieron los fans que sacaron entradas para el campo delantero, sino para pedirles con mucha claridad, paciencia y respeto que dieran un paso para atrás en beneficio del show. El líder de esos “forajidos”, como los llegó a apodar Menem en la antesala de su debut porteño en 1992, en otra época seguramente hubiera arengado semejante caos. Sin embargo, en la noche del viernes en cancha de Huracán, durante la primera fecha de esta vuelta de la banda a Buenos Aires (la segunda y última actuación se programó para el sábado en el mismo lugar), el frontman demostró una vez más que el rock hoy, más que nunca, trata igualmente sobre la responsabilidad.

Responsabilidad no sólo paliativa y afectiva para con el colectivo, sino también para con la historia propia. En esto último fue en lo que se basó fundamentalmente el relato de las casi cuatro horas de recital, cuyo repertorio e intención no distó de su último paso por la ciudad, en Núñez, hace tres años. Aunque la intensidad la tuvo que surfear más la masa que el grupo en esta ocasión, en la que este clima ambivalente (arreado por bofetadas de frialdad) pareció entrar en cortocircuito con una autopercepción más madura de su música y con los guiños a su esencia. Si bien nada puede saciar la pasión del público local más que la adrenalina sudorípara, esos pasajes de energía dosificada regalaron algunas de las polaroids más sublimes de esta feligresía musical.

Pero ni siquiera esa solemnidad será capaz de desarraigar el idilio que se siente acá por los Guns. De hecho, algunos días antes de que el grupo angelino desembarcara en la capital argentina, se palpitó la previa con esa tribu fiel luciendo con orgullo esas remeras cadavéricas alusivas a los coliderados por el guitarrista Slash. Justamente a razón de esa ansiedad, la masa ya colmaba el Ducó a pocos minutos de que la banda saliera a escena, al igual que en los edificios aledaños, en los que podía ver a gente atiborrada en lo más alto de las terrazas, disfrutando de una panorámica de lujo. Y menos mal que esta vez se le dijo vade retro a la procrastinación, porque los músicos se anticiparon a desfilar por el tablado. Pese a que su performance estaba anunciada a las 21, eligieron hacerlo a las 20.50.

Apenas se acomodaron, desenvainaron la volátil “Welcome to the Jungle”, a manera de bienvenida, sí. Pero también de provocación, lo que puso a saltar a todo el estadio. Bajaron un cachito con “Mr. Brownstone”, otro de los clásicos de su álbum debut, Appetite for Destruction (1987), y, acto seguido, invocaron la blusera (bien para arriba) “Bad Obsession”. Regresaron a su primer disco de la mano de la visceral “It’s So Easy”, para luego volver a hacer pared con algo de su trabajo Use Your Illusion II (1991): “You Could Be Mine”, donde Axl tomó el pie del micrófono (apelando a un gesto típico de su performance) y peló finalmente ese falsete como dios manda (y como el diablo desea). Lo que dejó la mesa servida para el primer momento épico del recital: su apropiación de “Live and Let Die”, hitazo de los Wings.

Después de hacer “Pretty Tied Up”, una de sus referencias estéticas más próximas a Black Sabbath, Axl Rose avisó que el siguiente tema iba dedicado a Ozzy Osbourne, recientemente fallecido. Entonces desenfundaron “Sabbath Bloody Sabbath”, himno del legendario grupo del llamado “Príncipe de las Tinieblas”, una de las composiciones más completas del heavy metal. Con el mismísimo Ozzy apareciendo en la pantalla, foto mediante, en posición de ataque. No hubo mención a Ace Frehley, violero original de Kiss, que murió el jueves, pero Slash llevó adelante un reconocimiento a Iggy Pop (sigue vivísimo, de lo que dio fe en septiembre en su increíble Movistar Arena), al llevar puesta una remera con su imagen y la inscripción “Raw Power”, título del tercer disco de The Stooges.


Slash hizo un desfile de guitarras.


En el excelso country rock “Yesterdays” la rompió el pianista Dizzy Reed, con solo sureño y zarpado. Aunque luego pegaron el volantazo al rock alternativo, más del palo de sus paisanos de Jane’s Addiction, con la relativamente novel “Absurd”. A continuación, viraron nuevamente el timón hacia la lenta “Estranged”, con el guitarrista haciendo gala de su nigromancia. Y cambiaron de vuelta la dirección y la vehemencia por cortesía de la hardrockera “Hard Skool”. Si bien la dinámica se había planchado en ese tramo, por más que Rose caminara el escenario de un lado a otro, y se plantara con el pie del micrófono para estirar su falsete, la cosa remontó con otra de las apropiaciones de la banda: “Knockin’ on Heaven’s Door”, de la autoría de Bob Dylan. Y sonó tal cual la grabaron.

La beligerante “Chinese Democracy” rompió la quietud, aunque al toque retornó con una brillante e inspirada versión de la balada “Don’t Cry”, partícipe del repertorio de Use Your Illusion I (1991). De ese disco rescataron asimismo la suerte de boogie woogie “Double Talkin’ Jive”, que estuvo escoltada por la hardrockera “Rocket Queen”, de su primer álbum. A propósito de esto último, de esa formación (amén de Axl y Slash) sobrevivó en esta octava reincidencia en Buenos Aires el bajista Duff McKagan, de notable actuación. Este line up, que coincidió con la celebración de los 40 años de la creación de Guns N’ Roses, lo completaron el baterista Isaac Carpenter, el guitarrista Richard Fortus, y la tecladista y corista Melissa Reese, juntos al ya mentado pianista Reed: el cantante se encargó de presentarlos en la previa de “Civil War”.

Tras desaparecer con su típico look de camisa a cuadros rojos haciendo las veces de pollera escocesa, Rose retornó vestido de pantalón y saco negro para ejecutar “November Rain”, con un piano que le trajeron en el ínterin. Ninguno de los músicos tomó ni un sorbo de agua hasta que él lo hizo al terminar. Mucho menos Slash, que tocó la Gibson Les Paul, la Flying V, el pedal steel, el talk box y el wah wah en un guiño a “Voodoo Chile”, de Jimi Hendrix. Esto último sucedió antes de la inoxidable “Sweet Child o’ Mine”, descorchando otro pico de euforia. Aún quedaban por recorrer “Street Dreams”, “Nighttrain”, la apropiación de “Human Being" (de sus amados New York Dolls) y, por supuesto, el corolario con “Paradise City”. Sin embargo, Guns N’ Roses ya había evidenciado nuevamente su legado, su poder y su sabiduría.


Sábado, 18 de octubre de 2025

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