Miércoles, 27 de Agosto de 2025
27/08/2025 07:36:20
Fiebre gitana, en el 80º aniversario de su nacimiento
Sandro: imposible apagar tanto fuego

El Sandro de la pelvis, el de fuego. Sandro, el del slip negro y la bata con la rosa bordada. Un símbolo cultural y sexual argentino para un colectivo de ''nenas'' que también anida a la comunidad lgbti.

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Miércoles, 20 de agosto de 2025

El miércoles 19 de agosto de 2009 amanece helado en el conurbano bonaerense. Al mediodía se suspenden las clases en el Nacional de Banfield. Lucas y sus amigos descubren que en la manzana siguiente a la del colegio hay un gran alboroto. Frente a la enorme muralla, que separa a la misteriosa mansión del 251 de la calle Beruti del resto del barrio, se aglomeran cámaras de televisión. Señoras que podrían ser sus abuelas reparten rosas rojas, porciones de torta y vasitos de gaseosa. Les cuentan que el hombre que vive allí, su ídolo, cumple años.



Lucas decide quedarse. Cuatro horas después, a las 5 en punto de la tarde, como cada 19 de agosto, desde hace décadas, el vecino más famoso de la zona sur sale a saludar a “las nenas”, sus incondicionales fanáticas. Es una aparición breve. El astro está enfermo. La muchedumbre canta “que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, que los cumplas Roberto, que los cumplas feliz”. Dieciseis años después, Lucas, “educador, puto, peronista, bostero y fan del pop”, usa al salir de la ducha una bata de seda que en la espalda lleva bordada una rosa.

¿A qué se debe tu fanatismo por Sandro?

Lucas: A que él era un hombre hermoso, hermoso. Y artísticamente fue muy revolucionario. De chico para mí era un vecino misterioso. Lo descubrí como artista cuando murió. Hoy ver sus películas los domingos a la mañana en Volver, abrazado a mi pareja, me resulta un planazo. Para mí es como Raffaella y como Abba, me hace feliz.

''Los gays somos señoras de barrio, nos gustan los chongos, y Sandro era alto chongo. Fue el fauno con el que todos hubiésemos querido algo''.
La noche del lunes 14 de abril de 2025, en el estreno del musical Sandro, el gran show, Ricky descubre en la platea del teatro Coliseo a la viuda de su ídolo. “Ahora vengo, le voy a pedir una selfie a Olguita”, le dice a Héctor, su pareja. Docente jubilado, músico y dramaturgo, Ricky vio por primera vez a Sandro cuando tenía 8 años. “Cuando él apareció en Sábados circulares, en el 63, yo no podía dejar de mirarlo. Era un pibe joven, no tenía ni 20 años, y se movía desaforado. Desde entonces me vi cada programa en el televisor blanco y negro de mi casa esperando que apareciera. Quería verlo bailar, moverse. Eso fue lo primero. El Sandro de la pelvis, el de fuego. Después, recuerdo una foto suya en la tapa de una revista, estaba en slip negro y con una bata. Era un hombre hermoso, hermoso. Lo vi y dije ¡Ah no, ¿qué es esto?!, ¡¿dónde están las nenas que voy con ellas?!

¿Había lugar para un gay entre “las nenas”?

- Los gays somos señoras de barrio, nos gustan los chongos, y Sandro era alto chongo. Fue el fauno con el que todos hubiésemos querido algo.

En los primeros 60 quisieron censurarlo por indecente. Sus salvajes movimientos de cadera al ritmo de Hay mucha agitación -el primer hit del rock en castellano, grabado en 1964 por Sandro y Los de Fuego- hacían delirar a la platea. Cuando el programa de los sábados pasó del viejo canal 7 al 13 y las autoridades no aprobaban su presentación, Pipo Mancera, el conductor, dijo que si el pibe no estaba él dejaba el ciclo. Años más tarde, Sandro reconocería a Mancera como su padrino artístico.

Tras su agitado debut en televisión los bailes de Carnaval se disputaban su presencia. Cuando Sandro se presentaba, enfundado en pantalones y campera de cuero, o con brillantes enteritos ajustados y botas con taco, explotaba todo. Una de esas noches reunió en el estadio de San Lorenzo a unas 60 mil personas, una cifra impensada para la época.

El 24 de octubre de 1967, vestido con traje negro y camisa blanca con moñito, Roberto Sánchez gana el 1er. Festival Buenos Aires de la canción con Quiero llenarme de tí, título que en 1969 daría nombre a su primera película como protagonista. Desde el escenario del Teatro San Martín, el Elvis criollo iniciaba el camino que lo llevaría a convertirse en el gran referente de la canción romántica de habla hispana, un recorrido que tuvo en su presentación en el Festival de Viña del Mar de 1968 un hito consagratorio: nacía el Sandro de América.





Hombre de todos los récords, el 11 de abril de 1970 fue el primer artista latino en presentarse en el Madison Square Garden de Nueva York, protagonizando, también, el primer concierto transmitido al mundo vía satélite. Y en 1972, fue el primer cantante en dar un recital en el templo del box porteño, el mítico Luna Park. Su discografía incluye alrededor de 50 álbumes. Vendió 22 millones de copias. Obtuvo 11 discos de oro. Y en 1999, el primer Gardel de Oro.

Joven inmoral, 'grasa', desde sus inicios desafió normas de género con un estilo desbordante.

Cantante, compositor, músico -tocaba la guitarra y el piano-, también fue actor, diseñó vestuarios y escenografías. Fanático de los autos, tuvo fama de cocinero exquisito y fue aficionado a la pintura. El pibe de Valentín Alsina, hijo de Vicente -el empleado de un frigorífico aficionado al fútbol- y de Nina -una ama de casa que inspiró en Robertito el gusto por la música y la literatura-, era descendiente de gitanos por parte de padre, tenía raíces onas por su abuelo materno y vasco-francesas por la abuela materna.

Adolescente rebelde, a los 13 años cambió el colegio por un reparto de vino. Joven inmoral, ''grasa'', desde los inicios de su carrera desafió normas de género con un estilo siempre desbordante: demasiado sensual para ser rockero, excesivamente erótico para el romance, sobrado para cantar tangos. Ojos negros de mirada intensa, boca generosa de sonrisa ladeada, cigarrillo (casi) siempre en mano, galán maduro derrochador de sensualidad en bata de seda roja, cultor de la más privada de todas las vidas personales -detrás del muro de la mansión de Banfield protegió su intimidad sin concesiones-, durante 43 años de carrera Sandro, el gran showman, seduciría a todo un continente.

De manera póstuma, un periodista, activista de la diversidad sexual, le declara su amor en una carta de despedida. Camila Sosa Villada le dedica su primer libro, La novia de Sandro. En Tik Tok lo viralizan les chiques que lo descubren al ritmo de Trigal. Y un grupo de travos performatea sus poemas en celebración de su masculinidad rebelde. En 2025, año del 80 aniversario de su nacimiento, a 15 de su muerte, el ícono erótico de América es, también, un ídolo queer.

Por ese palpitar

“¡Qué lomo tiene! ¿Puedo ver cómo filma?”, dice entre suspiros, el amanerado asistente de la co-protagonista de Tú me enloqueces, la última película protagonizada por Sandro, la única que escribió y dirigió, en 1976. “Sus películas forman parte del camp más genuino de los primeros ’70, casi al nivel de las del dúo Armando Bo-Coca Sarli“, escribió en su columna del SOY, el 8 de enero de 2010, a los cuatro días de la muerte de Sandro, Diego Trerotola. La columna, que llevaba por título Soy tu nena, fue definida por su autor como “una carta de amor”.

Cuando Diego descubrió a Sandro eran los años 90. “Yo estaba dejando la adolescencia y él ya era un hombre maduro, un tipo gordo, un fenómeno algo kitsch que adoraban las señoras que lo seguían desde sus comienzos, pero a mí me parecía muy atractivo”, dice.

¿El amor por el hombre y el fanatismo por el artista llegaron juntos?

- La atracción que me generaba su figura me hizo conocer las películas pero también al Sandro del rock and roll donde, además, se me cruzó con Virus, una banda que, como Sandro, estaba en el límite de lo aceptable para el rock. Con Moura compartían una sensualidad que era incorrecta para la época.

“Rosa, Rosa tan maravillosa, como blanca diosa, como flor hermosa. Tu amor me condena a la dulce pena de sufrir”, dice el primer verso de una de las canciones más famosas de Sandro, tatuada en el cancionero popular de Argentina. “Para mí Rosa, Rosa es un hito de la poesía camp que es una poesía de rosas, corazones, fuego; y la poesía de Sandro era eso, la de un varón que tiene sensibilidad femenina, que deja la masculinidad clásica de lado. ¡Era ya grande y salía al escenario en bata! Se reía de su panza. Estaba orgulloso de las gordas que lo seguían, reivindicaba esos cuerpos que en el erotismo nunca tienen lugar. Sandro contrabandeaba otros deseos y el contrabando es lo queer”, dice Diego.

Un mundo de sensaciones

Hacia finales de los 90 una noticia sacudió el corazón de “las nenas”. Era el año 1998 cuando, después de algún tiempo de no pocas especulaciones sobre la salud del astro, se supo que Roberto Sánchez padecía una grave enfermedad, enfisema pulmonar crónico, ocasionada por décadas de adicción al tabaco. (Llegó a fumar cuatro atados de cigarrillos por día). La tristeza fue total entre aquellos grupos de mujeres de toda América que construyeron un culto de adoración en torno a su ídolo con códigos códigos similares a los de la cultura queer: pasión, entrega, melodrama.

Entre sus tareas de fans, “las nenas” tenían incorporado armar bibliotecas, crear programas de becas para pagar estudios y alimentar por un año a cada niño que nacía el día del cumpleaños del Gitano.

Tras el diagnóstico fatal Sandro debió alejarse de los escenarios. O casi.

Entre octubre de 1998 y febrero de 1999 llenó durante 40 noches el teatro Gran Rex. “Buenos Aires, volví. Y volví gracias a que el señor, en su infinita bondad, me regaló la posibilidad de una noche más sobre este escenario. Una posibilidad que tiene sencillamente un solo motivo: yo puedo seguir acá arriba mientras ustedes sigan allí abajo”, dice Sandro la noche debut de su anteúltimo espectáculo, El hombre de la rosa.

Roberto Sánchez había vuelto a cantar gracias a un adminículo que adosado al micrófono le suministraba oxígeno. El aura mítica del artista incansable e inclaudicable, que lo da todo por su público, volvería a repetirse cuando en 2004 presentó, en el mismo teatro, su último espectáculo: La profecía.

El año en que el Gitano cantó en vivo por última vez Ihosmani llegó a vivir a la Argentina desde su Cuba natal. A los 29 años, no había escuchado nunca a Sandro, no conocía sus canciones ni había visto sus películas. Nunca lo vio en vivo. Lo descubrió en clave pop en una obra que se expuso en ArteBA, la feria de arte contemporáneo, donde se lo veía con el ajustado enterito negro de la tapa del disco Sandro espectacular (1971) pero ya no con botas de taco sino en zapatillas. Desde entonces, el cubano que tiene naturalizado el son de los cuerpos del Caribe, se declara cautivado por la figura sensual del astro de Valentín Alsina.

¿Qué te atrajo de Sandro?

- El tipo tenía un impacto visual absoluto, su vestuario tenía un vuelo total, usaba pantalones campana y lentejuelas en una época en la que ningún otro hombre lo hacía. ¡Ni qué hablar de sus movimientos! Además de ser totalmente disruptivo para su tiempo, se le notaba cómodo. Y creo que por eso era capaz de encajar en el gusto de todos, mujeres, hombres.

Como a la misma felicidad

El 6 de diciembre de 1994 Sandro participa en el teatro Maipo de un concierto a beneficio de la Fundación Huésped. “Si no me hubieran invitado yo me habría ofendido muchísimo. En mi espectáculo 30 años de magia hago un monólogo muy gracioso sobre el profiláctico pero que tiene como objetivo hablar del sida, que para mí no es un tema tabú, sino una enfermedad como tantas pero que tiene una connotación peligrosísima”, dice a la prensa.

“Roberto fue un tipo muy solidario, ayudaba mucho, muchas veces de manera anónima. Era una persona muy atenta a todo y a todos, a no discriminar, a ser cuidadoso y respetuoso. Su participación en ese concierto fue sentar postura”, cuenta la periodista Graciela Guiñazú, biógrafa oficial del ídolo.

¿Por qué creés que hay varias generaciones de hombres gays y personas trans a quienes atrae Sandro?

- Desde que Roberto Sánchez decidió ser Sandro, siendo muy joven, fue un distinto. Durante años lo negaron como pionero del rock en Argentina por haberse volcado a la balada. Después, en su derrotero como Sandro de América ya no vestía cuero sino smoking pero las camisas de colores. Todo en su universo estaba permitido. Si tengo que buscar un punto de atracción, más allá de su figura, creo que es eso, lo distinto. Y lo auténtico.

En el descubrimiento gozoso que hacen de Sandro las personas más jóvenes a partir de la difusión de su obra por las nuevas plataformas, ¿habría un legado en clave de ese “no quiero que me lloren cuando me vaya a la eternidad, quiero que me recuerden como a la misma felicidad”?

- A él siempre le divertía ver lo que provocaba en la gente. Creo que estaría agradecido de la mirada que hoy estas generaciones tienen sobre él. De hecho, entre las cosas que más amaba como artista, y creo que como hombre, estaban las diferencias. Sandro sabía que la importancia de la felicidad está en ser uno mismo.



La madrugada del 17 de mayo del 2004, después del que sería el último show de Sandro, Graciela le pregunta al astro qué veía al minar hacia atrás. “Veo al mismo pibe del yotivenco de Valentín Alsina con los mismos sueños de entonces. Si con mi voz y mi decir, si con Sandro, hice feliz a la gente, ya cumplí mi misión”, responde Roberto Sánchez, el hombre que construyó su propia leyenda.


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